viernes, 19 de junio de 2015

A good old-fashioned catharsis

Esta noche he dado, por casualidad, con el baúl de los recuerdos. Fotos y memorias que creí estaban depositadas en algún almacén en lo más profundo del archivo histórico de mi subconsciente han visto la luz, por primera vez, en cientos de días; y no, lamentablemente, la bronca aún no se va.

Fue tan abrupta la realidad que resulta difícil saber con exactitud lo que sucedió. Aquella noche comprendí la posición que ocupaba en la lista de prioridades de dos personas; y, por extraño que parezca, la primera me impulsó a los brazos de la segunda. Y desde ese entonces, la segunda no me volvió a soltar.

Ha sido cuesta arriba todo lo vivido desde esa desastrosa primera cita hasta la fecha. Marcados altibajos forman parte la introducción de nuestra historia. He llorado tanto… he llorado por ira, tristeza, desesperación y felicidad. ¡Sí! ¡Felicidad! Recordé el sosiego que viene al alma tras el llanto causado puramente por la dicha de ser feliz. Y que mejor día para hacerlo que el día de mi cumpleaños; pequeños, muy pequeños detalles bastaron para hacerme sentir la mujer más bendecida del mundo.

Después de todo lo vivido (en vidas pasadas), de cierto que no soy la misma persona. Algo sucedió en mí. Seguramente, mi corazón emprendió un estado de transición que hizo posible que, sin realmente querer, aquello que es esencial se me develara ante mis ojos; poco a poco, el aprecio por las cosas simples volvió. Comencé a recordar quién fui antes de colocarme, voluntariamente, la venda en los ojos.

Lo esencial pasó a cobrar el protagonismo que la pasión le había robado. La limerencia es palpable en el aire. Mi alma ya no tiene ese brillo de mil soles, hiriente a la vista cada vez que lograba iluminarse; pero tiene algo que no existía previamente, es un ser luminiscente, tal es así que, aunque su luz sea pequeñita, puede distinguirse a miles de kilómetros de distancia. Muy oportunamente, la catarsis arrojó resultados.

Al momento, planifico mi futuro sin tener la menor idea de que es lo que me espera. Cientos de miles de planes nacen cada hora, el noventa y nueve por ciento de ellos absolutamente irrealizables; y sin embargo, puedo estar absolutamente segura de una cosa: es él con quien quiero pasar el resto de mis días.